
Hay muchas maneras de demostrar amor, así como hay diversas intensidades con la cual uno puede sentir y vivir ese amor. Pero yo creo que todas las intensidades y las maneras en la que uno lo expresa, son válidas. A pesar de la discordia que pueda surgir porque las intensidades no sean las mismas, creo que es el hecho de sentir ese amor el que cuenta. Porque el amor puede ser distinto, diferente, pero es amor al fin y al cabo. Y no hablo solamente del amor de pareja ( porque ¿cuántas personas que se aman no están juntas?) sino del amor en todas las relaciones de la vida. Amor hacia una madre, hacia un hermano o hermana, hacia un abuelo, una abuela, hacia un padre, un hijo, una hija, o cualquier familiar que pueda llegar a ser, más allá del lazo sanguíneo. Amor hacia un amigo, una amiga, un compañero. Amor hacia una mascota, o hacia alguna actividad que nos apasiona hacer. Amor hacia un objeto que nos hace recordar. Amor hacia el recuerdo de alguien que ya no está...
Hay miles y miles de maneras de sentir y demostrar el amor, así como hay infinidad de destinatarios a los que uno puede dirigir ese amor. Lo que realmente importa es sentirlo y hacer algo al respecto de eso, algo que nos haga bien, que nos deje dormir con la conciencia tranquila cuando apoyamos la cabeza sobre la almohada. No importa si nos equivocamos, porque errar es humano, lo que interesa es el haber hecho algo con lo que uno siente. Lo que importa es al menos poder decir que lo hemos intentado, aunque hayamos perdido más de lo que pretendíamos ganar. Porque creo que es mil veces mejor el haberse arriesgado, el haber amado, y haber perdido todas las batallas, que arrepentirse de por vida por no haber hecho nada más que quedarse sentado con lágrimas en los ojos preguntándose por qué no se hizo lo que se debía haber hecho en su momento. Es mejor actuar, arriesgarse y ya aunque la apuesta sea muy alta. Porque la duda lastima, carcome la conciencia, y no hay peor castigo que el que uno se impone a sí mismo.