La facilidad nos asusta porque nos han enseñado que todo ha de costarnos un enorme esfuerzo, un gran sufrimiento.
People change, feelings change. It doesn't mean that the love once shared wasn't true and real. It simply just means that sometimes when people grow, they grow apart.
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Escritora desde que aprendí a posar el lápiz sobre el papel. Completamente indecisa. Poseedora de una mente peligrosamente abierta. Inteligente, con un ego filoso y un humor ácido. Todos los días intento ser una mejor versión de mí misma.
Hoy me calzo los zapatos de mi "yo crítica" y empiezo: el tema de hoy es las personas conocidas como coladas.
"Voy pero, ¿no puedo llevar a mi novio/a?" Frase típica, ¿a quién no le pasó? Organizás algo para una cierta cantidad de personas y siempre hay más. Una que te lleva a la hermana, otra al hijo, otra al novio y así.
Hace unos días, mi mamá organizó una juntada con sus amigas del trabajo. Calculando con las mujeres que mi mamá tiene más contacto, osea, con quienes es más íntimas, yo ingenua pensé "y... deben ser tres, cuatro, como mucho cinco. No debe haber problema". Pero no. A medida que iban tocando timbre, me sorprendía cada vez más la gente que entraba. No porque eran como veinte o treinta, sino porque había mujeres que yo ni había tenido en cuenta. Mujeres que mi mamá menciona cada muerte de obispo y que de la noche a la mañana, ya vienen a mi casa.
La primera en entrar fue una que ni pensé que invitaría. En cuanto tocó timbre y entró (previo a eso, se había quedado como quince minutos mirando el jardín y opinando sobre él) su inconfundible voz abrió mis ojos como si hubiese visto a un fantasma. "Permiso", decía con esa voz como si estuviera congestionada, o simplemente como si tuviese una papa atravesada en la garganta.
Atrás de ella había otra mujer, que tampoco la tuve en cuenta. No me sorprendí mucho porque digamos que esa mujer no me va ni me viene, así que la dejé pasar sin crítica alguna.
A los minutos, otra mujer atraviesa el pasillo. Esa si que no la vi venir. La misma palabra, pero con esa voz que había torturado toda mi infancia. "Permiso... ¡ay, pero que linda que está!" dijo y yo salté del sillón donde estaba. Me asomé a la puerta y la vi. Era mi maestra de educación física en la primaria. No lo podía creer. La saludé con una sonrisa falsa y un "hola" medio trucho también. En mi mente pasaban toda clase de preguntas como "¡¿Y esta qué mierda hace acá?!". También estuvo la infaltable frase de "Pedazo de hija de puta, como te fumé toda mi infancia. Eras flor de yegua y ahora te me haces la amiga en mi casa. ¡Forra!". Pero cuando pensé que la cosa no pudo haber sido peor, me detuve a mirar. Detrás del perchero, entretenido como perro con juguete nuevo, había un nene. "¡Una criatura en mi casa! ¿Y a éste quien lo trajo? Ehh... chicas, ¡acá hay un nene!" pensaba. Tuve que estar unos segundos para recalcular de dónde había salido ese nene, hasta que me di cuenta. ¡Y claro, de quién iba a ser! De la mujer esta de educación física.
¡No te digo yo! Si a mi me tocan todas... y esperá, porque eso no es todo todavía. Siguieron cayendo más y más mujeres: mi ex maestra de inglés y dos mujeres que ni me acordaba de su existencia, también estaban ahí.
Lo único que me alegró el día fue la madre de una amiga mía y la visita que tanto había estado esperando: ¡mi primer maestra! Esa mujer fue la que me alentó con la escritura. Cuando la abracé casi me largo a llorar. Y cuando la tuve ahí, sentada en mi comedor, tenía tantas preguntas para hacerle, tantas cosas para contarle, pero al final, no dije nada. No podía, estaba con sus amigas y no era el mejor momento que digamos.
Volviendo a lo desagradable, ya les advertí que eso no terminaba ahí. No, señores, sigue la bailanta.
El hijo de la señorita ya era bastante colado. Tenía la misma mala onda que su madre y se me quedaba mirando como si fuese un extraterrestre. Había traído un juego de mesa y no paraba de insistir con él, ni el nene, ni la madre. "-Quiero jugar al jueguito", decía el nene. "Y decile a las chicas si quieren jugar, dale, no seas tímido", le respondía la mujer. Yo me hacía la pelotuda como la mejor: miraba la tele, me iba a ver si mi mamá necesitaba ayuda con la cocina, iba a ver en qué andaban mis hermanas (que huyeron despavoridas a la computadora y se encerraron en la pieza por un rato y me dejaron al pibe a mi), entre otras cosas. Pero se ve que nadie era capaz de captar mis indirectas, y seguían insistiendo.
En una, yo me siento al lado del nene, porque era el único lugar disponible, y con tal de no ir a buscar otra silla, me sentaba al lado del pibe. Todo iba bien, estaba chusmeando lo que conversaban mi mamá y sus amigas, hasta que una vocecita interrumpe mi concentración en el chisme: "¿Querés jugar a mi juego?". Era el pibe. "¡Maldita sea mi vagancia que me impidió ir a buscar otra silla y sentarme lejos!", pienso ahora. Lo dudé, pero como siempre tuve problemas para decir que no, sonreí como maestra jardinera y dije "bueno dale, vamos al piso". ¡¿Para qué?! Me tuvo treinta y dos horas ahí sentada jugando a un jueguito pedorro. En una quise safarme y dije "Uh, me ganaste". El pibe, no es ningún boludo, así que me dijo "No, todavía no terminó el juego".
Otro rato más ahí, jugando al jueguito hasta que al fin dijo las palabras que tanto deseaba escuchar: "¿Te parece divertido este juego?". Yo le dije que si, pero que no había problema si dejábamos de jugar. Pensé que me contestaría que se había aburrido, pero en vez de eso insistió con seguir jugando.
Después de otros veinticinco minutos, me re cansé y le dije "Bueno ya está, me ganaste. No quiero jugar más." No se lo tomó a mal, pero me tuvo como mucamita ordenándole el juego. No me importó; con tal de salir de ahí, hacía cualquier cosa.
Lo que siguió de eso no fue interesante: charlas de mujeres, críticas a la farándula, revisión del pasado triste, comentarios nuevos sobre los hijos, comentarios sobre los cambios... en fin, como les dije, nada interesante para mi.
Pero como siempre dije, todos los días se aprende algo, y ese día no fue la excepción: aprendí que no tengo madera de madre, no aún. Vos dejame con las mascotas, y yo me las arreglo. Bueno... no tanto.

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