Lo que vivimos no fue verdadero, ya que si lo hubiese sido, no hubiese terminado tan fácil. Fue pasional. Se sentía algo que nos quemaba por dentro, lo hacía lentamente, pero ese ardor nos gustaba.
¿Habrá sido mi culpa? ¿Qué te hizo falta de mi? ¿Eras quien realmente pensaba? Preguntas como estas me invadieron, y cuando suena una canción en la radio que me hace recordarte, vuelven a mi.
A veces pienso que sos la peor persona que pudo haber pisado el planeta, entonces te quiero muerto, enterrado, y bien lejos de mi. Pero otras veces me arrepiento, y digo que no puede ser, que sos buena persona, y si no resultó, no es motivo para odiarte, y mucho menos para quererte muerto.
Cuando de la nada los recuerdos me vienen, me asusto, pero al mismo tiempo me da algo de pena. Pena por vos, por mi, por los dos. También me da alegría, no se porqué.
Trato de convencerme, y tratan de convencerme otros también, de que nada de lo que pasó fue mi culpa. De que sos un psicótico, un demente obsesivo que no sabe qué hacer con su vida. La mayoría del tiempo me la creo, pero cuando recuerdo esa sensación, esos actos raros que yo creía (y a veces creo) que se llama ternura, me da la impresión de que la psicótica demente obsesiva soy yo. Sí, debe ser, estoy segura. 
Lo que pasa es que yo siempre fui una demente, y con las cosas que me dijiste vos, como para no traumarme más todavía...
Pero bueno, qué se le va a hacer. Sí, soy una neurótica. Sí, me traumé y me traumaron. Sí, tal vez estoy escribiendo pelotudeces. Sí, con orgullo.