Besar. De eso mismo tuve antojo toda la mañana. Me dieron ganas de
besarte; de decirte una vez más todo lo bueno que me causas; de morderte
fuerte, pero despacio; de darte un abrazo de esos que no terminan nunca. Te
extrañé, y creo que más de la cuenta.
Durante algunos ratos, el antojo
se desvanecía. Pero en cierto tiempo y espacio, volvía sin que lo llamara. ¿Por
qué me pasa esto? ¿Es que acaso no puedo vivir de otra cosa que no sean tus besos?
Me indigna desearte y no tenerte.
Me indigna extrañarte y que no lo sepas. Me indigna depender de tu forma de
ser, de tus enojos sin razón que me hacen volar la cabeza, de tus gritos de
desesperación, de tus besos con distinto sabor, de tus brazos grandes y largos
que me abrazan por cualquier motivo, ya sea por risa, ya sea por llanto. Me
indigna que mi vida dependa tanto de si tus labios se rozan o no con los míos.
Me indigna querer mi beso de desayuno...
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