
"A veces cuando vuelvo a mi ciudad
puedo admitir que es fea
pero cuando la dejo me parece
de una belleza sin consuelo."
Así comienza uno de los poemas que tengo alojados en mi libro de Mario Benedetti. Y es precisamente esa estrofa inicial y los comentarios del ayer los que me llevan a recordar un sabio consejo: "La próxima vez que mires hacia atrás, trata de ver con más atención." Porque los recuerdos se ven distorsionados por las luces y sombras de la inmensa memoria y uno puede, según sus puntos de vista, acomodarlos y reacomodarlos a su antojo. Y así es como llenamos de amargura los momentos que alguna vez fueron felices, mientras que le ponemos tintes dulces a las situaciones más agrias que hayamos vivido.
Sin embargo, sin importar cómo decidamos o no recordar las cosas, éstas nunca son como realmente pasaron. Simplemente aparecen en nuestra cabeza como un reflejo de los momentos ocurridos, como una especie de souvenir de la fiesta de la que acabamos de llegar. En nuestra mente solo habitan situaciones abstractas, sentimientos, ideas que solemos plasmar en el plano real cuando tenemos mucha suerte o valentía.
Lo que quiero decir es que las situaciones, los momentos, las vivencias solo ocurren una vez en toda nuestra vida. No importa cuántas veces intentemos reproducirlas en la eterna pantalla de nuestra cabeza, solo pasan una sola vez y eso es todo. No podemos alterar lo que ya pasó, por más que modifiquemos su apariencia en los recuerdos. Las cosas fueron como fueron, con sus aspectos positivos y negativos. Sea como sea que hayan salido, bien o mal, es lo que ya ocurrió. Y por más que se mezclen en los confusos túneles del recuerdo, lo hecho, hecho está. Y no deberíamos preocuparnos por nuestros errores pasados (ya no hay nada que podamos hacer para arreglarlos) sino aprender de ellos. Tampoco deberíamos recordar con una especie de nostalgia nublándonos la vista aquellos momentos donde se rió el alma, más bien tendríamos que sonreír de nuevo porque, gracias a donde estuvimos, ahora estamos donde estamos.
Todo lo que hemos pasado, todo lo que pasaremos, son lecciones que forman parte de un eterno aprendizaje. Siempre que recordemos eso, las cosas malas serán un poco más fáciles de sobrellevar y las buenas se disfrutarán aún más. Estamos constantemente aprendiendo, escribiendo y borrando, acertando y errando, permanentemente puliéndonos, ensayando. Porque, al fin y al cabo, la vida es eso: "un interminable ensayo de una obra que jamás se estrenará" (pero, ¡pucha que vale la pena intentar representarla!)