
Volví a tomar. Un agrio sabor a tequila y jugo de naranja se pelean por el dominio dentro de mi boca mientras yo solo espero estar lo suficientemente ebria para levantar el teléfono y hacer la típica escena patética de siempre: llamarlo borracha en plena madrugada. Sé que no debería, que es estúpido y que significaría no valorar ni reconocer en lo más mínimo la poquísima dosis de dignidad que me queda, pero no puedo evitarlo. No sé vivir esto de otra forma. Yo sé que ya me caí, que esto ya lo pasé y salí (para bien o para mal) casi entera de todo. Pero ahora es como si volviera a vivirlo de nuevo, como si no hubiese aprendido nada de todos esos meses de alcohol, soledad y llanto. No sé, creí que había aprendido pero al parecer no. Quizás pareciera que lo elijo, y en un punto eso es cierto. Bien ya se lo dije, aunque me haya ignorado, que prefiero sufrir así, sola, ebria y descorazonada, antes de permitir que él me dañara de nuevo. Pienso en eso y me dan ganas de llorar. Pero, por milésima vez en el día, no me dejo, no me lo permito. Es como si estuviera colgada de un puente gigante y mi nariz estuviera a punto de tocar el agua que está cerquísima de matarme, y yo estiro el cuello para dejarme caer y morir, pero la soga está tan tensa que no me deja tirarme y acabar de una vez por todas con toda la locura que se acoge dentro mío. Hago una pausa. Me doy cuenta que el desconcierto no es suficiente y miro hacia mi izquierda. Agarro otra vez la botella y vuelvo a tomar una vez más. Uno. Dos. Tres sorbos medianos de tequila (casi que le digo vodka; perdón, pero es la costumbre) por casi tres grandes de naranja para aplacar el horrendo sabor de la bebida barata. Ahora solo quiero esperar a que el alcohol me haga efecto. Sí, sé que mañana tengo algo importante para hacer, pero no me importa. Sé que me voy a obligar a mí misma a continuar con lo que sea, antes de ponerme a beber de día y que todxs me vean. Mañana tengo que entrevistar a alguien que no veo hace mucho y ya me parezco a la antigua yo, esa de trece, catorce años (quizás un poco menos) que piensa que cualquier ser que se le cruza por el camino es una persona enviada por el destino para hacerme renacer con una nueva y mejorada historia de amor romántico. Qué idiota. No puedo seguir pensando así, aunque en el fondo sé que es reconfortante. Es lindo seguir creyendo que ahí afuera hay alguien dispuesto a cuidarme, a quererme con todo. Pero después llego a casa y me doy cuenta que no puedo sacar de mi cabeza que ese 'tipo ideal' de compañerx es la misma persona que me llevó a esto una vez más. No sé si pueda volver a hacer eso. Es como si quisiera pero a la vez no. Porque abrirse a una nueva posibilidad significa abandonar todo el resto. Y mi situación actual demuestra que, claramente, yo no estoy lista para soltar. Una vez más, la loca Melina se aferra fuertemente al pasado y le tiene miedo a todo. Y además, no quiero esperar. No sé, tengo la certeza bien interiorizada y asumida de que ese nuevo alguien nunca va a llegar, por más que lx busque por cielo y tierra o yo misma me lx invente. Nunca va a llegar a ser real, nunca va a poder llenar los zapatos del que estuvo antes que él/ella. Otra pausa, pero esta no es para beber, sino porque tengo sueño. Estoy cansada. Quisiera dormirme todo el día pero sé que no puedo. La vida tiene que seguir. No creo que al mundo de las obligaciones le interese en lo más mínimo qué es lo que le pasa a mi hígado o a mi corazón. Puedo caer en una especie de coma alcohólico o estar agonizando de la pena por el desamor, pero eso no importa. A la facultad eso no le interesa. A lxs entrevistadxs no les importa y a la familia es algo que no le incumbe. Una vez más, estoy sola. No hay amigxs con los que hablar, excepto de una chica que estuvo siempre y yo (hago mea culpa) quizás ignoré un poco de más. Pero no fue por mala, eso quiero creer, sino porque simplemente fue algo que ignoré inconscientemente. Pero después me di cuenta que era una persona prácticamente incondicional y me hace repensar la idea de que a veces lo que buscamos está en los lugares menos pensados, aquellos en los que ni se nos ocurrió detenernos a mirar. Y recuerdo, en pleno estado de escapatoria mental, que durante el inicio de la noche había pensado en llamarla, pero ahora estoy comenzando a entrar en mi etapa ebria y no sé si sea un buen momento para eso. Mejor espero un poco más y sigo tomando a ver si este calor que siento en las mejillas va en aumento y me da el valor de agarrar el teléfono y marcar su número para ser la protagonista, una vez más, de la historia patética que me encanta personificar. Me gusta ser la víctima, claro está, pero no pienso asumírselo en la cara. Me gusta serlo, pero a veces ese papel es justificado. A veces, tiene una razón de ser. A veces no es mero capricho de ser el personaje estelar de la obra, sino que tengo mis motivos para creer que ese es mi lugar. Las manos comienzan a sentirse desvanecidas, pero no tanto como yo quisiera. Así que realizo la misma operación una vez más y sigo esperando que las consecuencias lleguen. Me sonó el teléfono. Inocentemente, otra vez, creí que era él. Pero no. Era otro. Era un 'potencial amigo', de esas personas que no sabes si un día te van a dar un beso o una cachetada. Ya fue, yo le contesté igual. Y será lo que tenga que ser. De todos modos, ahora mi preocupación es otra: ¿Cuándo va a volver a pasar esto? ¿Tendré que publicar otro libro que refleje la autosuperación de la segunda parte de la cagada épica de mi vida? Aún no lo sé, pero por el momento escribir poemas y estos renglones me resultan más baratos (y quizás hasta más productivos) que ir a un psicólogo. Aunque a veces desearía tener el oído de un profesional escuchando todos estos desastres. Pero posiblemente me derivaría a un montón de medicamentos con la justificación de que soy una histérica casi depresiva y mi familia se volvería un caos. Y de repente me acuerdo de Winona Ryder en 'Inocencia Interrumpida' y me siento como una especie de Susanna Kaysen moderna. Sí, ya sé que el título me queda sumamente grande, pero en mi delirio de casi ebriedad tengo que permitirme estos gustos. Si no es ahora, ¿cuándo, eh? Ahora me siento un poco mal y algo tonta. Estupidizada. Tengo la conciencia medio inconsciente. Toco el celular y vibra. Ya me estoy convirtiendo en una alcohólica psíquica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario