
En el presente yo estaba perdida, como nunca antes lo había estado. Veía tus ojos y no encontraba nada, solo rencor e impotencia. Heridas que no sanan y se infectan de otras bacterias que se impregnan en nosotros por casualidad.
De repente, mis mejillas se volvieron negras. Mi nariz hacía sonidos extraños y no me dejaba respirar como se debe. Me estrechaste contra tu pecho. Tus manos cubrieron mi rostro y sin darme cuenta, ya me estabas mirando. Me encontraba en un estado patético, lamentable. Ojos rojos, sonrisa caída, mejillas con restos de maquillaje que luego me costaría sacar. Me estabas mirando, me estabas hablando, y más tarde, me estabas estrechando una vez más, esta vez con mayor fuerza y seguridad. Y no bastó nada más. El silencio, rey de la situación, se encargó de decir a gritos lo que ninguno de nosotros se hubiera imaginado: quizás era una despedida, quizás era el final.
No hay comentarios:
Publicar un comentario