
Como es de esperar, me asalta tu recuerdo. Ya no puedo mirar una puta película de mis favoritas sin verte, sin vernos reflejados en ella. Y siento una pelota, un nudo de angustia que no me deja respirar. Pero no me permito llorar. Ya no. Basta, nena. ¡Basta dije! Que ni se te ocurra. Respiro hondo para no pensarte más, para que no me duelas nunca más, para que este tiempo de luto que parece infinito se achique a unos instantes y ya. ¿Cuándo va a ser el día que me dejes de apretar el pecho? ¿Cuándo voy a soltar tu presencia imaginaria? ¿Cuándo voy a dejar de cerrar los ojos y recordarnos en las noches? Quiero que se termine ya. Si ya pasó, ya me fui y ya te fuiste, ¿por qué seguís acá? ¿Qué haces rondando, dando vueltas por mi cabeza y destrozándome el corazón a cada paso? Dejame tranquila. "Ya no existís", escribía hace meses atrás. Mentira. Existís, vivís, respirás. Estás presente en cada instante aunque sea tu ausencia la que me acompañe. No es justo. Hay días en los que siento que no hago más que avanzar. Y cuando me doy la vuelta, te veo atrás, lejos, muy lejos de mí y de mi sonrisa del día a día. Pero sin embargo hay otros en los que no hago más que llorarte, recordarte con pena y resignación. Y otra vez el nudo, ese maldito nudo que se me atora en la garganta y se me sube a los ojos para nublarme la vista. Ayer te hice una nota. Te la iba a dar hoy, pero estaba en plena emoción del momento y estaba siendo tan feliz sin siquiera esforzarme que de repente, todo el odio que había descargado en esos pocos renglones, se me olvidaron por completo. Y ahora quizás nunca te la de. Quizás vuelva a verte cuando me den mi preciado título y de ahí nunca más en la vida. Ojalá sea así. Ya no soporto tu presencia en mi día a día. Seguro que estas semanas me van a servir para intentar sanar de una vez por todas. Pero también es seguro que cuando vuelva a verte el día once de diciembre, se me desmorone el mundo y tenga ganas de abrazarte y besarte una última maldita vez. De nuevo el nudo. Escribo eso y vuelve el nudo y esa sensación de presión en el pecho me arruga la vida. Respiro profundamente, otra vez. Cierro los ojos de a instantes y me muerdo los labios para contenerme. Tengo que olvidarte. Tengo que olvidarnos. Quiero seguir. Quiero que esta tortura termine ya. No aguanto más. Quiero llorar, gritarte, preguntarte por qué, qué nos pasó, por qué nos odiamos tanto, qué nos hicimos, qué nos mató, por qué no revivimos; me seguís queriendo, te sigo extrañando, querés besarme, querés verme, pensás en mí, en nosotros cuando te vas a dormir, te viene mi recuerdo cuando besas a otra, tocas su piel y tus dedos me sienten aunque no sea mi desnudez la que rozan; tenes que tomar para dejar de llorar un poco, te duelen las canciones, te lastiman los libros, te torturan las escenas de ciertas películas. Te interrogaría hasta el infinito. ¿Vos también querés una última vez? ¿Cada tanto sentís que querés volver hacia atrás? ¿Te acordás cuando le poníamos nombres a los hijos que ahora jamás vamos a tener? ¿Vos también lloras cuando escribís? Ahora que lloro sin poder parar, me arde el pecho como hace tiempo no me ardía. Y la garganta se me cierra y respirar parece imposible. Un calor horrible me invade el cuerpo. Hoy me acostaba y trataba de amoldarme a tu cuerpo, como solía hacerlo cuando dormíamos la siesta. Y me rompía por dentro al darme cuenta que nadie me tocaba, que estaba sola y que nunca más se iban a repetir esas cosas. Y me dolés mucho, y nos extraño infinitamente. Y realmente no puedo más así, con esta intermitencia de mierda que me rompe en dos y me deja volada en pedazos que me cuesta un huevo volver a juntar y rearmar cada vez. Hoy quiero que vuelvas. Que dejes de lado todo y tengamos aunque sea una última vez, un adiós menos desgraciado y rencoroso que el que tuvimos realmente. Y que si lloro mientras hacemos el amor, me envuelvas con tu abrazo y me seques las lágrimas con esas manos que tanto me gustaban y hoy ya no me tocan ni por casualidad. Y que me beses los párpados y me digas que me vas a querer a pesar de todo. Y que me dejes dormir una vez más a tu lado, que te robe toda la sábana y vos hagas lo mismo, y sea una lucha tonta, inocente, que la seguimos inclusive sin estar despiertos. Hoy quiero que vuelvas, pero que vuelvas a ser vos, porque esta faceta tuya la verdad que no la reconozco. No sé a dónde estás, ni a dónde te fuiste. No sé dónde encontrar a mi Emito, ese apodo tan dulce que me apropié y repito entredormida. Y que cada vez que lo escribo, recuerdo, o pronuncio, me rompe el alma y me hace llorar más fuerte. Hoy extraño al que eras, no al que sos ahora. Me encantaría poner en repetición ciertos momentos y vivirlos volviendo a sentir todo tal cual lo había sentido. De hecho hay miles de cosas, de situaciones que se me pasan por alto. Vos te las acordarías a todas. Yo me acordaba de las cosas malas, porque tengo memoria para lo malo, según vos me decías. Y por eso me salvabas. Te acordabas con detalle todo lo bonito que habíamos vivido. Y yo, de todo lo horrendo que habíamos pasado. Y así era un complemento, el ying y el yang que nos recordaba que no somos tan perfectos pero tampoco tan desdichados. ¿Y ahora qué? La verdad que no lo sé. Estoy acá estancada, sin saber qué hacer, viviendo de lo que ya pasó, como hice hace tiempo atrás. Volviendo a ser la desgraciada de antes. Extrañando una vez más (y reitero) al que eras, no al que sos ahora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario